La semana pasada celebramos la solemnidad de los Santos Pedro y Pablo, la fiesta patronal de nuestra arquidiócesis. Me dio la oportunidad de estar agradecido por el regalo de nuestra arquidiócesis. Pensé en los muchos sacerdotes increíbles que sirven tan fielmente y de tener el privilegio de contar como mis hermanos. Pensé en los laicos dedicados y religiosos que me inspiran por su santidad en su intento de seguir una vida de discipulado con Jesús.
Todos estamos conscientes de los profundos desafíos de estos últimos dos años, lo que sin duda se han intensificado en el último mes. Hacer frente a esta crisis ha sido una prioridad de la Arquidiócesis y seguirá siendo así en el futuro. Sin embargo, en medio de todo este dolor, he encontrado en mi corazón que hay motivos de gratitud.
La gratitud es tal vez el más alto movimiento del corazón humano. Es un sentimiento que está justo en el corazón del cristianismo. La primera oración cristiana en el Nuevo Testamento, el Magníficat de María (Lucas 1: 46-55), es una oración de agradecimiento a Dios por la liberación de su pueblo a través de Jesús, el Mesías. El corazón de nuestra oración como católicos es la Eucaristía, una palabra griega que significa “acción de gracias”, porque, en la Eucaristía, damos gracias a Dios Padre por el don de la vida nueva, que hemos recibido en Jesús, un regalo que se da y renueva cada vez que celebramos la Santa Misa.
La gratitud es el reconocimiento de que todo lo que he recibido viene a mí por la bondad y el amor desbordante de Dios. Es también un reconocimiento de que no merezco recibir este amor. Es un don que no merecemos. Ser cristiano es vivir en profunda gratitud por el inmenso amor de Dios; que no merecemos, revelado en Jesucristo. Como dice San Pablo: “Estén siempre alegres, oren sin cesar y den gracias a Dios en toda ocasión; por voluntad de Dios, su vocación de cristianos” (1 Tes. 5: 16-18).
Este pasaje de San Pablo es un profundo desafío para nosotros como cristianos. ¿Cómo podemos dar gracias “en todas las circunstancias?” ¿Es posible dar gracias por las dificultades o incluso por las cosas que son malas? Aquí llegamos al corazón mismo de nuestra fe cristiana y vemos el verdadero poder de lo que creemos, porque la cruz de Jesucristo nos proclama una gran paradoja. La paradoja es ésta: Dios es capaz de sacar el bien del mal. Por supuesto que Dios no quiere que el pecado o el mal entre en el mundo. Pero Él nos ha permitido el libre albedrío, aún sabiendo que el mal vendrá. ¿Por qué un Dios bueno permite el mal? Sólo puede ser porque Él es capaz de sacar el bien del mal (Ver Catecismo de la Iglesia Católica #311).
En otro muy profundo pasaje de la Escritura, San Pablo explica esta verdad fundamental. “Sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman, a quienes Él ha escogido y llamado.” (Romanos 8:28).
Cuando leo este pasaje a veces quiero decirle a San Pablo, ¿”“En verdad San Pablo? ¿Todas las cosas? ¿Incluso mi propio pecado? ¿Incluso los pecados de los sacerdotes o los obispos en la Iglesia?” Y San Pablo, con su profunda comprensión de la Cruz de Cristo, podría responderme: ¡“Todas las cosas!” Este es el poder del amor de Jesucristo, que Él es capaz de sacar el bien del mal. Por supuesto, esto no es fácil, ni es automático. Debemos rendir nuestras vidas a Dios si Él va a sacar el bien del mal. Debemos cooperar con Él. Pero si vamos a cooperar con Él, si nos arrepentimos de nuestra propia pecaminosidad y volvemos a Él, entonces Dios es capaz de sacar el bien, incluso de los peores males.
Esta es la verdad de la cruz de Cristo. Dios tomó una cosa profundamente mala, la muerte de su Hijo, y lo convirtió en la fuente de vida para todos nosotros a través de la Resurrección. De este modo incluso podemos dar gracias por la muerte de Jesucristo y llamar al día en el que murió el Viernes Santo, por este mal se ha convertido en un profundo bien.
El desafío para nosotros como cristianos es aprender a ver cada situación como Dios lo ve. Porque en todo, Dios desea traer el bien. Si podemos aprender a rendirnos ante Él y cooperar con su amor, entonces incluso las grandes dificultades en nuestra vida pueden convertirse en motivos de gratitud. Esto no sucede de forma automática, y en especial con las heridas profundas, puede tomar años en entregarse a Dios en la oración para nosotros ver cómo Dios saca el bien a través de ellos. Esta es la clase de Dios que tenemos, que siempre quiere sacar el bien del mal.
En la fe sabemos que esto también es cierto para nuestra Arquidiócesis. Que esta crisis actual no es el final de nuestra Iglesia. Más bien, en esta lucha, hay motivos de gran gratitud. Dios está sacando el bien. Él está purificando y fortaleciendo. Él usará esta lucha para que nuestra Iglesia sea más fuerte, más segura y más Santa para los próximos años. Así que demos gracias a Dios que en medio de un gran mal Él está provocando un gran bien. Volvamos a nuestro patrón San Pablo, el mismo hombre que tuvo que aprender que “la fuerza se pone de manifiesto en la debilidad” (2 Cor. 12: 9). Pidámosle que nos ayude a arrepentirnos de nuestros pecados y la entrega a Dios, para que como él podamos decir: “seguiré enorgulleciéndome de mis debilidades, para que habite en mí corazón” (2 Cor. 12: 9).
Estemos agradecidos de que en medio de las dificultades y desafíos, Dios sigue haciendo el bien.