Apoyando a religiosos jubilados, una señal de afecto y aprecio

Arzobispo Bernard Hebda

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Siempre me gusta llevar a los visitantes de fuera de la ciudad a conocer nuestra Catedral. A medida que pasamos por las puertas de la entrada, siempre hay ese momento de asombro cuando ellos tienen la primera oportunidad de asimilar la certera visión del Arzobispo John Ireland, la brillantez del Arquitecto Emmanuel Louis Masqueray y, a la vez, la generosidad de todos los fieles de esta Arquidiócesis. La catedral, fuerte, duradera, instructiva e invitadora, simboliza y encarna intencionalmente a esta Iglesia local.

Es en ese contexto, que la magnífica capilla de Saint Joseph, inmediatamente a la derecha al entrar en la Catedral, adquiere un significado especial para mí. Un regalo para la arquidiócesis de las Hermanas de St. Joseph de Carondolet, la capilla me sirve como un recordatorio diario de la contribución mucho más amplia que se ha hecho a esta arquidiócesis a través del ministerio de sucesivas generaciones de hermanas, hermanos y sacerdotes religiosos.

Esto puede sonar un poco macabro, pero me encanta caminar a través de los cementerios. He encontrado el cementerio del Calvario en St. Paul y el de la Resurrección en Mendota Heights como lugares de gran paz, que no sólo me ayudan a concentrarme en nuestra meta celestial, sino también que me ayudan a recordar cómo, de manera concreta, el Señor ha hecho su amor conocido en esta Iglesia local. Me encuentro particularmente atraído por los cientos de sencillos monumentos que marcan las tumbas de las hermanas, hermanos y sacerdotes religiosos que se esforzaron para asegurarse de que los principios de nuestra fe serían compartidos, que nuestros hijos tendrían un encuentro con Cristo en los sacramentos, que nuestros enfermos tendrían una experiencia de la presencia sanadora de Cristo, que nuestros pobres serían alimentados, que nuestros débiles serían defendidos y que nuestros inmigrantes serían recibidos y formados para que descubran su protagonismo.

Aquí en la arquidiócesis, continuamos siendo bendecidos por la presencia de tantos religiosos. Sin embargo, como es verdad en todo nuestro país, muchos de los religiosos que continúan siendo testigos entre nosotros de los votos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia, necesitan nuestra ayuda. Al haber servido y haberse sacrificado desinteresadamente por el bien de la Iglesia, los miembros mayores de nuestras comunidades religiosas, después de haber trabajado durante años por pequeños estipendios, ahora encuentran que no pueden hacer frente a los crecientes costos asociados con la atención médica. Si bien nuestras comunidades religiosas se han comprometido a proporcionar a sus miembros mayores el cuidado y la calidad de vida que necesitan y merecen, la mayoría están encontrando imposible el hacerlo. Para el año 2026, el número de religiosos mayores de 70 años superará en un 400% a los menores de 70 años.

Para ayudar a resolver esta situación, la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos instituyó una colecta anual para Religiosos Jubilados. La respuesta ha sido fenomenal, particularmente aquí en la arquidiócesis. En el 2015, la oficina nacional pudo distribuir $ 25.6 millones a 395 comunidades religiosas para el cuidado directo de los miembros mayores. Se asignaron fondos adicionales para la educación, consulta y recursos que permitan a las comunidades religiosas planificar más eficazmente la jubilación.

Desafortunadamente, continúa la necesidad de ayuda adicional y, muchas comunidades religiosas, continúan luchando para proporcionar un retiro modesto y seguro para sus miembros de la tercera edad. Los gastos para el cuidado de los ancianos continúan aumentando, mientras que el número de religiosos que requieren cuidado crece. Los Obispos de los Estados Unidos acaban de votar, por una abrumadora mayoría, para extender la colecta por otros 10 años.

Cuando contaba mis bendiciones este Día de Acción de Gracias, estaba particularmente agradecido a las hermanas y hermanos y sacerdotes religiosos que me enseñaron en la escuela primaria, la escuela secundaria y en mis años de seminario. Ellos fueron no sólo educadores magníficos, sino también modelos duraderos. Aunque no les atribuyo a ellos ningunas de mis faltas o deficiencias, sé que merecen crédito por todo lo que he podido lograr. A medida que nos preparamos para la colecta anual en las parroquias de esta arquidiócesis, los invito a participar en una reflexión similar y a ser tan generosos como les sea posible en el apoyo a estas extraordinarias mujeres y hombres que tan justamente merecen nuestra gratitud y apoyo.

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