Mi hermana recientemente me contó que aquí en la Arquidiócesis en esta época del año recibimos 90 minutos más de luz cada día que en la Florida. Yo estaba tan agradecido por lo que ella me dijo. Por este regalo sutil de Dios que de otra manera yo habría dado por sentado. Desafortunadamente es tan fácil dar por sentado muchos de los regalos del amor de Dios con los que nos encontramos cada día.
Por ejemplo, como Diócesis recientemente celebramos la ordenación de 10 sacerdotes nuevos, de quienes ustedes están leyendo en este ejemplar del Espíritu Católico (The Catholic Spirit). Estos son jóvenes talentosos que están dedicando sus vida al servicio de Cristo y de esta Iglesia local. Con nueve sacerdotes ordenados el año pasado y siete ordenados el año antepasado, es fácil perder la cuenta de la tan extraordinaria bendición que es para la arquidiócesis tener 10 ordenaciones.
Me sentí bendecido al ver en ellos la misma generosidad que sentí cuando recientemente nos juntamos para la Misa con nuestros sacerdotes que celebran su jubileo. Sentí una gran humildad a la vez que hablamos de la dicha y los retos que ellos han experimentado durante los muchos años de su sacerdocio, y me di cuenta del papel tan extraordinario que estos hombres juegan, así como el papel que muchos han tenido en esta arquidiócesis. Por generación tras generación, el Señor nos ha colmado de bendiciones con sacerdotes y diáconos dedicados a difundir el Evangelio, celebrando los sacramentos y haciendo recordar lo que Dios ha logrado por medio de nosotros cuando decimos “si” a su llamado.
Dios nos hace este llamado a cada uno de nosotros para servir a su iglesia, de alguna manera esto es un regalo que va mas allá de la imaginación. Cada vocación es una señal extravagante del amor de Dios, no solo para aquellos que están llamados, sino que también para la comunidad de la que ellos forman parte. Cuando vivimos auténticamente, la vocación es un recordatorio deslumbrante de la presencia de Dios en este mundo.
Recientemente estuve sentado con una pareja encantadora, Al y Mary quienes han estado casados mucho más tiempo del que yo he vivido. Mary aseguró que ella hoy gustosamente le diría “que si” a Al si ellos no estuvieren ya casados. La presencia de Dios fue palpable al presenciar la ternura con la cual ellos continúan cuidando el uno del otro después de todos esos años de casados. Como Iglesia local, tenemos la bendición de todos aquellos Als y Marys que viven el matrimonio como una vocación, como un llamado a la santidad, recordándonos diariamente del intenso e intimo amor que Cristo tiene por su Iglesia.
Mas temprano el mismo día, tuve el privilegio de presidir el funeral del Hermano David Barth, el ultimo de los Hermanos Cristianos (por ahora) enseñando en la escuela DeLaSalle. Me intrigaba la atención que ponían un gran número de estudiantes que participaron en el funeral ese día y quienes obviamente tenían un gran cariño y respeto por el Hermano David.
El hermano superior de la orden de los Hermanos Cristianos leyó una carta que el Hermano David había escrito hace unos 55 años a su predecesor: “Estimado hermano visitante, solicito ser admitido para tomar los votos. Se lo que significan, tal vez no perfectamente, pero lo suficiente, para querer hacerlo más que cualquier otra cosa y para siempre. Hoy estoy más positivo que nunca, que Dios me ha llamado a ser un Hermano Cristiano y mi único deseo es que se me permita consagrarme a él por mis votos como miembro de los Hermanos de las Escuelas Cristianas”.
Por más de cinco décadas el Hermano David ha causado un impacto profundo en sus estudiantes y colegas, precisamente por su respuesta al llamado del Señor. Su testimonio silencioso, vivido día tras día, le proporcionó a esta Iglesia local una experiencia concreta del amor de Cristo y de los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia que Jesús mismo acogió. Hemos tenido la bendición en la arquidiócesis por medio de la consagración de mujeres y hombres que como el Hermano David, han enseñado en nuestras escuelas, servido en nuestros hospitales, animado nuestras parroquias y ministerios, o que han dedicado su vida a la oración contemplativa.
Cada año durante la celebración del Pentecostés, oramos por que Dios nos conceda los regalos del Espíritu Santo a través de toda la fe en la tierra y con “la divina gracia presente cuando el Evangelio fue proclamado por primera vez, para que llene una vez más los corazones de los creyentes.” Este año pidamos por que se nos conceda la gracia de estar — y ser más conscientes y agradecidos por — los regalos espirituales que han sido derramados sobre nosotros con tanta abundancia y variedad en esta arquidiócesis, en vez dar por sentados dichos regalos.
Para que podamos orar fervientemente, más que todo, por que nuestros corazones estén llenos del Espíritu Santo, y que respondan más atentamente a cualquiera de los caminos de la vocación a la santidad que nuestro Dios ha escogido para nosotros, con la confianza que nuestro diario “si” traiga vida renovada a esta Iglesia local.